¿Qué sucede cuando sientes el desarraigo?
Cuando se ha fugado fortuitamente el sobresalto de tu origen.
El de todo hombre de pertenecer a la unión fecunda de otros…en fin la historia del hombre.
¿Qué sucede?. Debes levantarte, sentir el fresco que golpea, y dejando atrás los ánimos de autosuficiencia, buscar tus muros de contención.
Y en tu desvanecer, en tu espantosa sensación de sentirte caído, le haces frente a la horizontalidad, y buscas reparo.
El mejor reparo claro, ese muro que yace de sedimentos de `tu amor’. El cree poder sostenerte, pero la noticia del flagelo siente que lo condena en la culpa.
Y la culpa lo puede más que la contención. Se disculpa, requiere un viaje que airee el cemento de sus piedras.
Y no lo puedes creer, ¡otro despojo!, ¡otra fosa sin cabos!
Todos siempre te dijeron que era fuerte, el remedio sin cura es sostener la idea.
Te vales de otros muros, aunque sea que reparen durante la hora del almuerzo.
Pero los espacios ausentes dejaron entrar el frío del sur. Ese frío que congela cuando entras, aquella analogía de la sensación. Introduces tu mano en agua congelada, a temperaturas extremadamente bajas, dejas de sentir el cuerpo. Sacas tu cuerpo, y la piel se empieza a poner rojiza agudizando todas las sensaciones.
Lo agudo impera su contraparte, y le haces frente, descansando de a cada ratos.
Los ratos se vuelven lo habitué, y el sonido grave de la vida empieza a dar sus notas musicales. Las escuchas con atención, haces tu interpretación. Te siente mejorando, lejos ya de la horizontalidad, estas queriendo vencer la fuerza de gravedad. La naturaleza bien lo sabe, tiene sus más claros ejemplos en los árboles.
Y la faz presente por el ausente, trae su dialéctica. Y quieres entrar en la tríada. Te vales de ese muro, rogando aquella contención fundada en el amor.
Pero el viaje dejó allá su espíritu, está aquí solo con su cuerpo. Y te envuelves en el deseo de su reparo, se lo cuentas, quieres empezar a hablar y lo haces.
Nada fue en vano, pero ha quedado sin su reparo.
